Los equívocos

Los equívocos se provocan por la concepción personal de la vida y de la gente que posee cada persona.



Todos necesitamos vivir teniendo una seguridad en los valores e ideas que nos han afianzado cuando somos pequeños. No nos cuestionamos si son buenos o malos y, si se nos ocurre hacerlo, siempre hay argumentos para hacernos volver al redil. Los más socorridos son "todo el mundo lo hace" y " si no nadie te va a querer" además de "van a hablar mal de ti". Se accede, entonces, a una especie de espiral negra donde existe un temor espantoso a lo que se dice, se realiza, a quién va a mirar. El exceso de culpa obliga, incluso, a no salir de casa más que lo preciso.





Frente a los equívocos



Pero vivir en función del pensamiento de otros es indeseable e insano. Nadie va a quedar contento con lo que hagan los demás y siempre se van a encontrar críticas negativas. Es como la fábula del padre, el hijo y el burro. De ahí que cada cual tenga que mirar en su interior y encontrar lo que sea más positivo para uno y para los demás, por supuesto, porque el daño ajeno redunda en el propio. La empatía y la asertividad son imprescindibles.



Así que. desde mucho tiempo atrás, me dirijo hacia el propio interior. Cuando era joven no me gustaba hablar de nadie que no fuera yo misma con la sana intención de que, mientras se me criticara a mí, se dejaría en paz a los míos. No me gustaba escuchar hablar mal de mi familia, mis queridas amigas, de nadie y, si encima, tenía un grave problema y nadie ayudaba, todavía peor.



Después caí en el mal vicio de la crítica negativa ajena. En éste y en otros similares. Pensando en que hacer lo mismo que hacían los demás podría ser más agradable la convivencia, no me di cuenta de que no les gustaba porque les mostraba la cara más oculta de sí mismos y me granjeé una gran cantidad de enemistades. Claro que ésa no era yo si no la persona en la que fingía convertirme. Así que opté por decir a la gente, cara a cara, lo bueno o malo que pensaba de ellos antes que hablarlo a las espaldas. Pero aprendí una gran lección: a preguntar por qué. Es la mejor lección que he estudiado en mi vida: preguntar  y aprender a dialogar, escuchando.



Gracias a esa sencilla pregunta de dos palabras, he podido reciclar valores y vida y continúo haciéndolo. He podido cuestionarme a mí misma y a los demás en mí para salir adelante e intentar ser feliz. He planteado mi vida y he pensado en cómo llevarla, lo más sanamente posible, hacia una mejoría. Es un trabajo arduo y desagradable: mirarse en el espejo interior y convertir los monstruos en bellezas es muy antipático pero no imposible. Al preguntar el por qué se descubren actos sin finalizar, incluso, desde la infancia. Valores erróneos, mentiras, debilidades propias y ajenas. Y se van curando, perdonando, afianzando la fe.



Para mí la fe en Dios es muy importante. Al margen de las investigaciones científicas e históricas sobre Jesús, de católicos y ateos, me basta y me sobra con sentir que está ahí, para bien y para mal.  La fe es confiar y yo confío pero también actúo. No me quedo sentada esperando un milagro. Pueden o no pueden llegar. Y soy capaz de volverme mejor o peor persona según los pasos que camine, el sendero que siga o las personas que me encuentre en el camino. Porque estoy aprendiendo.



En cuanto a los equívocos, son normales en quienes me son ajenos, y más en quien no conoce pero juzga. Cada cual que introduzca en su mochila el bagaje de su vida. En la mía no quiero equívocos. Entiendo que cada cual recorre su vía como puede y sabe y me limito a preguntar "por qué". Así no tengo que juzgar ni condenar. Nadie puede vivir mi vida ni su existencia como me gustaría a mí y lo mismo ocurre a la recíproca. El juicio no me corresponde. Si no, sería la primera víctima de mi propio tribunal en tener el veredicto de cadena perpetua.



[caption id="attachment_622" align="aligncenter" width="300"]Vivir y dejar vivir Vivir y dejar vivir[/caption]

 

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