De nuevo, como hace dos o tres años, vuelvo a intentar perder peso. Mas esta ocasión no tiene excusa.
Ahora sí o sí he de perder peso. No es por estética ni por tener ganas de rejuvenecer. No me engaño a mí misma. Ha sido, y ahora está bien dicho, una imposición médica. O pierdo peso... o pierdo peso. Sí o sí. No hay otra. Voy a inmolar los ciento treinta kilos de peso en una hoguera interna y en otra externa. Espero que no ganen la desidia ni las ganas de no moverme ni el poco tiempo que tengo. Ahora, además, estoy rodeada de ayuda.
Volvemos a combatir el peso
Y no es, únicamente, el apreciado dictamen de los profesionales médicos que me aconsejan, repetidamente, que pierda peso porque me hace muchísimo daño. O de mi familia que siempre miran por el bien de cada uno de nosotros. O amigos y conocidos que intentan, con su mejor talante, que mire por la salud. Son mis cinco queridas compañeras y amigas que van a caminar conmigo en este difícil período y mi hijo que también hará lo posible porque su madre no vuelva a recoger los kilos que pierda.
En un artículo anterior que pronto vendrá a hacer compañía a éste, hablé de cómo llegué a este peso: no fue por comer, no. Fue por causa de una cosa llamada "hiperparatiroidismo" diagnosticado por una doctora de medicina interna a la cual no he preguntado si puedo colocar su nombre aquí. Una mujer magnífica que me hizo toda suerte de pruebas y me dio un menú.
Pero ocurre que yo "engullo" muy poco y en ese menú había que comer muchísimo. En mi caso, sólo con tomar el contenido del plato principal y un vaso de leche al desayuno y a la cena hubiera sido suficiente. De otra parte, me disgusta que me inviten, amigos y conocidos, y dejarme la mitad del alimento en el plato por el régimen sabiendo que la persona que ha cocinado ha invertido tiempo y dinero en la preparación del menú. Menos mal que esto ocurre en contadas ocasiones y, ahora, puedo decir que no antes de preparar el ágape.
Vamos a hablar de obesidad y tiraremos abajo muchísimos prejuicios.
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